Al llegar a Tarazona, G.A. Bécquer se siente «transportado a Toledo»

Cuando llega a Tarazona, tras el tortuoso viaje en ómnibus desde Tudela, ésta llama tanto su atención que no duda en plasmar sus impresiones en la Carta I.

Carta I «Desde mi Celda» Gustavo Adolfo Bécquer:

Publicada el 3 de mayo de 1864 en el periódico “El Contemporáneo”.
Relata el viaje desde Madrid hasta Veruela, y su escala en Tarazona.

A su llegada a Tarazona no puede evitar compararla con la vecina Tudela y con la ciudad histórica por excelencia, Toledo.

En Tarazona nos apeamos del coche entre una doble fila de curiosos, pobres y chiquillos, Despedímonos cordialmente los unos de los otros, volví á encargar á un chicuelo de la conducción de mi equipaje, y me encaminé al azar por aquellas calles estrechas, torcidas y oscuras, perdiendo de vista, tal vez para siempre, á mi famoso regidor, que había empezado por fastidiarme, concluyendo al fin por hacerme feliz con su eterno buen humor, su incansable charla y su inquietud increíble en una persona de su edad y su volumen. Tarazona es una ciudad pequeña y antigua; mas lejos del movimiento que Tudela, no se nota en ella el mismo adelanto, pero tiene un carácter más original y artístico. Cruzando sus calles con arquillos y retablos, con caserones de piedra llenos de escudos y timbres heráldicos, con altas rejas de hierro de labor exquisita y extraña, hay momentos en que se cree uno trasportado á Toledo, la ciudad histórica por excelencia.

Publicación de la Carta nº I "Desde mi Celda" en el apartado de Variedades del periódico "El Contemporáneo" del día 3 de mayo de 1864.
Acuarela Tarazona realizada por Valentín Carderera y Solano (Huesca, 1796 – Madrid, 1880)

La descripción prosigue con el exterior de la posada en la que hizo noche la familia. Posada cuya ubicación ha levantado cierta polémica, ya que siempre se ha creído que estaba localizada en la Rúa Alta, pero, al parecer se ubicaría en el barrio de la Almehora, en la actual calle de la Posada.

Al fin, después de haber discurrido un rato por aquel laberinto de calles, llegamos á la posada, que posada era con todos los accidentes y el carácter de tal el sitio á que me condujo mi guía. Figúrense ustedes un medio punto de piedra carcomida y tostada, en cuya clave luce un escudo con un casco que en vez de plumas tiene en la cimera una pomposa mata de jaramagos amarillos nacida entre las hendiduras de los sillares; junto al blasón de los que fueron un día señores de aquella casa solariega, hay un palo, con una tabla en la punta á guisa de banderola, en que se lee con grandes letras de almagre el título del establecimiento; el nudoso y retorcido tronco de una parra que comienza á retoñar, cubre de hojas verdes, trasparentes é inquietas, un ventanuquillo abierto en el fondo de una antigua ojiva relfena de argamasa y guijarros de colores; á los lados del portal sirven de asiento algunos trozos de columnas, sustentados por rimeros de ladrillos ó capiteles rotos y casi ocultos entre las hierbas quecrecen al pie del muro, en el cual, entre remiendos y parches de diferentes épocas, unos blancos y brillantes aún, otros con oscuras manchas de ese barniz particular de los años, se ven algunas estaquillas de madera clavadas en las hendiduras.

También el interior de la posada mereció de su atención y detallada descripción:

Tal se ofreció á mis ojos el exterior de la posada; el interior no parecía menos pintoresco.

A la derecha, y perdiéndose en la media luz que penetraba de la calle, veíase una multitud de arcos chatos y macizos que se cruzaban entre sí, dejando espacio en sus huecos á una larga fila de pesebres, formados de tablas mal unidas al pie de los postes; y diseminados por el suelo, tropezábase, aquí con las enjalmas de una caballería, allá con unos cuantos pellejos de vino ó gruesas sacas de lana, sobre las que merendaban sentados en corro y con el jarro en primer lugar, algunos arrieros y trajinantes.

En el fondo, y caracoleando pegada á los muros ó sujeta con puntales, subía á las habitaciones interiores una escalerilla empinada y estrecha, en cuyo hueco, y revolviendo un haz de paja, picoteaban los granos perdidos hasta una media docena de gallinas; la parte de la izquierda, á la que daba paso un arco apuntado y ruinoso, dejaba ver un rincón de la cocina iluminada por el resplandor rojizo y alegre del hogar, en donde formaban un gracioso grupo la posadera, mujer frescota y de buen temple, aunque entrada en años, una muchacha vivaracha y despierta como de quince á diez y seis, y cuatro ó cinco chicuelos rubios y tiznados, amén de un enorme gato rucio y dos ó tres perros que se habían dormido al amor de la lumbre.

Después de dar un vistazo á la posada, hice presente al posadero el objeto que en su busca me traía, el cual estaba reducido á que me pusiese en contacto con alguien que me quisiera ceder una caballería, para trasladarme á Veruela, punto al que no se puede llegar de otro modo.

Ésta es toda la referencia que hace a Tarazona en la Carta I.

Aquí el ejemplar del 3 de mayo de 1864 de «El Contemporáneo» donde apareció publicada la Carta nº I «Desde mi Celda» en el apartado de «Variedades» (Páginas 3 y 4). Fuente: Biblioteca Nacional de España

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