«Entre gloria y purgatorio» el viaje de los Hermanos Bécquer de Tudela a Tarazona.

Este año se conmemora el 150 Aniversario del fallecimiento de los hermanos Bécquer.
El 23 de septiembre de 1870 fallecía Valeriano Domínguez Bécquer, y tres meses después, el 22 de diciembre, lo hacía su hermano Gustavo Adolfo Bécquer.

Los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano, viajaron por la geografía española, y con sus relatos y dibujos reflejaron las costumbres de los lugares que visitaron. Pasaron así a formar parte de esa sociedad ilustrada que fomentaba; el estudio, la preservación, la difusión y el disfrute del patrimonio artístico, la cultura y el costumbrismo de aquellas partes menos conocidas del territorio español; mediante relatos, pinturas y grabados que se publicaban en revistas y periódicos. Más información: Ruta de los Viajeros Románticos en Tarazona.

A finales de diciembre de 1863, Gustavo Adolfo y su hermano Valeriano partieron para la sierra del Moncayo con intención de instalarse en el Monasterio de Veruela (desalojado en 1835 por efecto del proceso de la desamortización española a lo largo del siglo xix). Los hermanos habían ‘descubierto’ el romántico paraje por los relatos de su común amigo Augusto Ferrán quien también pasó parte del año 1863 en el Monasterio de Veruela, que ya había visitado en anteriores ocasiones. Seducidos por el relato de su entorno y por el clima seco y frío indicado para la enfermedad del poeta, decidieron instalarse en la hospedería habilitada en las ruinas de la abadía por una junta de conservación formada por vecinos de Borja y Tarazona.
De la larga estancia de los hermanos Bécquer en el Monasterio de Veruela, entre diciembre de 1863 a julio de 1864, surgieron las nueve cartas “Desde mi celda” escritas por Gustavo Adolfo para el diario madrileño “El Contemporáneo” y publicadas de mayo a octubre de 1864. Mientras, Valeriano iba dibujando y documentando los lugares, habitantes y costumbres.  

En estas cartas se recoge importante información sobre Tarazona que queremos que conozcas. Un importante legado literario para nuestra ciudad, y también para la Comarca de Tarazona y el Moncayo.

Carta 1 «Desde mi Celda». Gustavo Adolfo Bécquer.

Publicada el 3 de mayo de 1864 en el periódico madrileño “El Contemporáneo”. Relata el viaje desde Madrid hasta el Monasterio de Veruela.

En Tudela terminaba su trayecto en tren y allí toma un ómnibus a Tarazona, trayecto de 3 horas que describe con todo detalle:

Aún no había tomado los postres, cuando el campanilleo de las colleras, los chasquidos del látigo y las voces del zagal que enganchaba las muías, me anunciaron que el coche de Tarazona iba á salir muy pronto. Acabé de prisa y corriendo de tomar una taza de café bastante malo y clarito por más señas, y ya se oían los gritos de ¡al coche!, ¡al coche!, unidos á las despedidas en alta voz, al ir y venir de los que colocaban los equipajes en la baca, y las advertencias, mezcladas de interjecciones, del mayoral que dirigía las maniobras desde el pescante como un piloto desde la popa de su buque.

La decoración había cambiado por completo, y nuevos y característicos personajes se encontraban en escena. En primer término, y unos recostados contra la pared, otros sentados en los marmolillos de las esquinas ó agrupados en derredor del coche, veíanse hasta quince ó veinte desocupados del lugar, para quienes el espectáculo de una diligencia que entra ó sale es todavía un gran acontecimiento. Al pie del estribo algunos muchachos desarrapados arrapados y sucios abrían con gran oficiosidad las portezuelas pidiendo indirectamente una limosna, y en el interior del ómnibus, pues este era propiamente el nombre que debiera darse al vehículo que iba á conducirnos á Tarazona, comenzaban á ocupar sus asientos los viajeros. Yo fui uno de los primeros en colocarme en mi sitio al lado de dos mujeres, madre é hija, naturales de un pueblo cercano, y que venían de Zaragoza, adonde, según me dijeron, habían ido á cumplir no se qué voto á la Virgen del Pilar: la muchacha tenía los ojos retozones, y de la madre se conservaba todo lo que á los cuarenta y pico de años puede conservarse de una buena moza. Tras mí entró un estudiante del seminario, á quien no hubo de parecer saco de paja la muchacha, pues viendo que no podía sentarse junto á ella, porque ya lo había hecho yo, se compuso de modo que en aquellas estrecheces se tocasen rodilla con rodilla. Siguieron al estudiante otros dos individuos del sexo feo, de los cuales el primero parecía militar en situación de reemplazo, y el segundo uno de esos pobres empleados de poco sueldo, á quienes á cada instante trasiega el ministerio de una provincia á otra. Ya estábamos todos, y cada uno en su lugar correspondiente, y dándonos el parabién porque íbamos á estar un poco holgados, cuando apareció en la portezuela, y como un retrato dentro de su moldura, la cabeza de un clérigo entrado en edad, pero guapote y de buen color, al que acompañaba una ama ó dueña, como por aquí es costumbre llamarles, que en punto á cecina de mujer era de lo mejor conservado y apetitoso á la vista que yo he encontrado de algún tiempo á esta parte.

Sintieron unos y se alegraron otros de la llegada de los nuevos compañeros, siendo de los segundos el escolar, el cual encontró ocasión de encajarse más estrechamente con su vecina de asiento, mientras hacía un sitio al ama del cura, sitio pequeño para el volumen que había de ocuparlo, aunque grande por la buena voluntad con que se le ofrecía. Sentóse el ama, acomodóse el clérigo, y ya nos disponíamos á partir, cuando como llovido del cielo ó salido dé los profundos, héte aquí que se nos aparece mi famoso hombre gordo del ferrocarril, con su imprescindible cesto y su monstruosa sombrerera. Referirlas cuchufletas, las interjecciones, las risas y los murmullos que se oyeron á su llegada, sería asunto imposible, como tampoco es fácil recordar las maniobras de cada uno de los viajeros para impedir que se acomodase á su lado. Pero aquel era el elemento de nuestro hombre gordo: allí donde se reía, se empujaba, y unos manoteando, otros impasibles, todos hablaban á un tiempo, se encontraba el buen regidor como el pez en el agua ó el pájaro en el aire. A las cuchufletas respondía con chanzas, á las interjecciones encogiéndose de hombros, y á los embites de codos con codazos, y de manera que á los pocos minutos ya estaba sentado y en conversación con todos, como si los conociese de antigua fecha. En esto partió el coche, comenzando ese continuo vaivén al compás del trote de las muías, las campanillas del caballo delantero, el saltar de los cristales, el revolotear de los visillos y los chasquidos del látigo del mayoral, que constituyen el fondo de armonía de una diligencia en marcha. Las torres de Tudela desaparecieron detrás de una loma bordada de viñedos y olivares. Nuestro hombre gordo, apenas se vio engolfado camino adelante y en compañía tan franca, alegre y de su gusto, desenvainó del esto una botella y la merienda correspondiente para echar un trago. Dada la señal del combate, el fuego se hizo general en toda la línea, y unos de la fiambrera de hoja de lata, otros de un canastillo ó del número de un periódico, cada cual sacó su indispensable tortilla de huevos con variedad de tropezones. Primero la botella, y cuando ésta se hubo apurado, una bota de media azumbre del seminarista, comenzaron á andar á la ronda por el coche. Las mujeres aunque se excusaban tenazmente, tuvieron que humedecerse la boca con el vino; el mayoral, dejando el cuidado de las muías al delantero, sentóse de medio ganchete en el pescante y formó parte del corro, no siendo de los más parcos en el beber; yo, aunque con nada había contribuido al festín, también tuve que empinar el codo más de lo que acostumbro.

A todo esto no cesaba el zarandeo del carruaje; de modo, que con el aturdimiento del vinillo, el continuo vaivén, el tropezón de codos y rodillas, las risotadas de éstos, el gritar de aquéllos, las palabritas á media voz de los de más allá, un poco de sol enfilado á los ojos por las ventanillas, y un bastante de polvo del que levantaban las muías, las tres horas de camino que hay desde Tarazona á Tudela pasaron entre gloria y purgatorio, ni tan largas que me dieran lugar á desesperarme, ni tan breves que no viera con gusto el término de mi segunda jornada.

En una próxima entrega os contaremos cuál fue su primera impresión de la ciudad…

Telón de boca del Teatro Bellas Artes de Tarazona. Obra de Joaquín Pallarés (1921).
En él se representa la primera panorámica de Tarazona que tenían los viajeros que venían desde Tudela.

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